Desde lo más profundo, Christopher Isherwood

enero 17, 2013



La vida y la novela son procesos de acumulación de memoria; sin esta acumulación, ni la representación de la realidad ni la novela existen. Ambas son secuencias de verosimilitud que, de romperse, llevan al caos mental y narrativo, porque si no es posible tener secuencias de memoria, el tiempo, la noción de pasado, desaparece. Si no puedo diferenciar entre ayer y un sueño, vivo en el no-tiempo. Aquí se da una fusión entre vida y novela: el relato. La novela puede ir hacia atrás, y la vida es una sucesión de incidentes recordados. Si en algo tiene certeza este libro de memorias noveladas de Isherwood es en que, según la perspectiva en que nos situamos al recordar, uno es su propio hijo y su propio padre.

Desde lo más profundo son cuatro relatos de iniciación a la escritura y a los viajes (el señor Lancaster), a la homosexualidad y a las Mecas del arte y el mercado internacional del placer (Ambrose), a la política de su tiempo (Waldemar) y a la espiritualidad (Paul). Además de explorar las posibilidades de la memoria para organizar un relato lógico y entrever los momentos que orientaron y decidieron la vida de un escritor de libros de viajes, es una biografía sobre dejar de ser joven, y, me parece, sobre el potencial de la memoria para convertirse en ficción (en el sentido de representación). La reflexión más honda la encuentro en los primeros relatos que mezclan diarios personales con rectificaciones de la memoria: la juventud. Fisiológica y mentalmente ¿qué es? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¿A los 35? La juventud es un embuste. El cuerpo vital, lozano, cargado de energías, en la juventud, es un pretexto para emprender la utopía. La belleza, la fuerza están sobre estimadas. Ambas son perecederas y crean falsas adoraciones. La juventud es curiosidad, y ese rasgo es el que debería perdurar a lo largo de la vida para mantener la vitalidad, pero para muchos es el primer sentido que se anquilosa por los direccionamientos, por las profesiones adquiridas y las fronteras de los diplomas. Los orígenes de la mixtificación de la juventud están perfectamente delineados por Isherwood en forma de tópicos: “¿qué estarán pensando realmente de mí?” (Egocentrismo, no egoísmo). “Esperar a que mi madre me mande dinero” (relación de codependencia). “Adquirir conciencia del cambio físico” (los espejos son fundamentales, porque no mienten). Y la enumeración irónica de ideas propiamente estúpidas de juventud: “los viejos nos odian por lo graciosos que somos” (celo generacional). “El exagerado cuidado de la apariencia” (la idea de la omnipotencia). “La sensación de ser ignorado por los adultos y de que todos quieren modelarte a su medida” (la tutelar ignorancia).

¿Muy espeso? Por las observaciones de Isherwood uno puede deducir que ser joven es darse demasiada importancia, y depender de otros, casi de la misma forma que ser viejo es ir quedándose solo. Sí, es triste esa sensación de que los adultos esperan algo grande de ti, de lo que hagas y de lo que quieras en la vida. Y peor aun: esa sensación de que eres un desvalido y deben protegerte y aconsejarte porque no sabes lo que haces. Por eso la juventud, además de estúpida, es desafiante, insolente, contestataria, idealista, deprimente y se permite la jactancia y el menosprecio de todo lo que se ignora. Debido a eso, y a una guerra mundial, Isherwood se puso en marcha, y nunca paró.

Otro aspecto que me atrae de este libro de memorias, además de la pericia al incluir materiales heterogéneos como diarios, cartas, falsos recuerdos y autocríticas sardónicas, es que todo ocurre en la vida como un pretexto para la escritura, todo está por hacerse, el sentido de cada acto aparecerá tarde o temprano y cargará de sentido a la vida; además, pese a la edad horrible que le tocó presenciar (los años nazis); hay una mirada inquietante de las convulsiones sociales: la esperanza de que el mundo cambiará en un solo gesto (de desprecio) generacional ante los opresores.

Al final, Christopher ha sido madurado por la vida y los viajes y la búsqueda espiritual y las ideas políticas le importan poco. Se instala en California y en compañía de correligionarios tan acuciosos como Aldoux Huxley se dedicará a explorar la filosofía Védica. Sus ideas están enfocadas y él siente un poder de sugestión que irradia de la seguridad de sus modales y opiniones sobre los que son más jóvenes, y que proviene de la experiencia adquirida y del mundo recorrido. Es un gurú. Esta memoria de juventud no es un simulacro de la belleza detenida que puede verse en las estrellas de rock (Lennon, Cobain, Jagger, Charlie García parecen ser eternos jóvenes irresponsables). El tono es vital hasta el final (porque el padre enmienda la plana del hijo), pero aquí comprobamos que la juventud es un Dios de barro: solo las ideas trascienden. La muerte real de la juventud es perder la curiosidad. Isherwood nunca la perdió.

En 1947, poco después del último relato que cierra este libro desembarcó en Colombia para ir hasta Argentina. Ya no era joven, pero sus ojos se fijaban en el mundo con la misma alegría sardónica de los primeros viajes: venía a hacer una guía turística; es decir: a dejar marcas sobre sus pisadas para otros viajeros. El cóndor y las vacas es el título de álbum de cromos con que un editor colombiano tituló ese diario. Con un poco más de espíritu folclórico habría quedado Los tamales y el churrasco.

Desde lo más profundo, Christopher Isherwood, DEBOLSILLO, Random House

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